domingo, 6 de junio de 2010

Sello

Cuando a veces te ponés a pensar, cuando a veces lo hacés, parece que todo sigue su camino. La mayor parte del tiempo te dejás deslizar por el entorno, luego, el resto es toda una construcción imaginaria.
Largos y largos senderos de todo tipo de especies recubren la mirada del viajante al espacio único e irrepetible del que nunca mostró insatisfacción y no desea escapar por nada del mundo. Bosques sesgados por la visión de lo perfecto y frutas marchitas con profundos aromas de lo incurable.




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Cap. 1.

Cuando me hablaban de lo del silencio, nunca me imaginé que en algún momento determinado le iba a prestar atención. Parece cierto, o por ese instante, fue bastante acertada la idea del ruido y esas cosas. Escuchar el silencio. Nunca pude darme cuenta, excepto en esta situación.
Siempre fui un tipo con muchos problemas, demasiado dramático. Igual, creo que el primer paso, es este, reconocer… es difícil la situación de mencionar lo dramático en tu persona; pero en fin, a la larga hay que reconocer los errores o virtudes. Mi problema fue con la rutina, el trabajo forzado y las personas complejas.
Una oficina, en pleno centro de la ciudad y con pocos recursos para sentirse en el mundo ideal. Hombres con corbatas y trajes de tipo importante; de esos que se sienten orgullosos de su esfuerzo. La carrera universitaria, el empleo bien pago y el acomodo, bien argentino, bien peronista.
Un día puede parecer bastante catastrófico, más aún en un trabajo administrativo estatal. Que terrorífico, los jefes, que se hacen llamar jefes te re contra cagan a puteadas y quieren su cafecito y su mate a la hora pautada. Nada de andar interrumpiendo sus actividades, y menos que menos, algún imprevisto.
No pude soportarlo, en algún rincón de esta vida, tuve una corazonada. No estaba hecho para la rutina.
Escuché el teléfono sonar, una vez más, miré fijo la computadora, y de lejos, el jefe chamuyando a la secretaria, y salté de la silla como si me hubieran pegado una patada. Tiré la pc a la concha de la lora y empecé a rebolear todo lo que estaba a mi alcance. Hojas, más hojas, papeles, carpetas, documentos, lapiceras, lápices, fibras de colores y hasta que la mesa cayó. Agarré la impresora y la hice estallar contra el gran ventanal. Un impacto de la puta madre. Todos miraron, vinieron unos canas. Me quisieron llevar y yo como si nada, le dije “No, vos estás mal” y ahora la corrección del hombre, “hay que llevarlo por buen camino”; se rumoreaba por el pasillo.
Así, como en esos momentos inesperados que no te crees parte, empecé a correr como si me quisieran matar. Me di cuenta que no había tiempo para esperar el ascensor y como un nene a punto de entrar en la juguetería, todo desparramado, bajé las escaleras mientras me sacaba la ropa.
Libre al mundo, cansado de todo. Me desabroché la camisa, primero la manga, y en esa situación se me cayó el reloj como parte de la propia naturaleza del hombre. Uno deja las cosas o las cosas lo dejan a uno. Una camisa, imitación de Pierre cardin; lo más probable, porque la vieja chota esa de mi suegra ni en pedo se iba a jugar con una camisa posta. La tiré a la mierda y quedó entre el quinto y sexto escalón. Me quedaba una remera de los guns que la tenía al revés para no llamar la atención. Esos si eran buenos tiempos, el rock te salva de todo. La miré, como el primer amor, eso que dicen llamar entre las personas, y realmente me di cuenta que eran sensaciones inagotables y perfectamente placenteras. Después, en medio del viaje, me resbalé con un garzo y casi me parto la bocha. Decí que me agarré la pelada, sino ni lo estaría contando. En ese momento muchas cosas me pasaron por la cabeza. Me acordé de un capítulo de los tres chiflados, jaja, y ahí era cuando moe le pegaba a curly. La nube pronto se esfumó porque pasó la yegua del tercer piso; una secretaria más buena que el dulce de leche. Una rubia infernal, teñida o no, le dabas toda la noche. Tenía una pinta de tiragomas, pero bueno, la agarré, le partí la boca y por poco le colo los dedos. Se quedó mirando con ganas. Después abrí la puerta y ya estaba en la superficie. Aire de ciudad, menos aire que eso. No encontraba salida. No encontraba algo que buscar.