
Todavía el silencio le roza la garganta. Escupe con sangre y acumula la gangrena.
Todo porque vuelve de la guerra, todo porque estuvo a punto de no volver.
De pendejo fue esclavo, se crió en una colonia y mataron a sus cuatro hermanos. Cinco años más tarde, escapó en búsqueda de la libertad. Fue allí cuando lo apresaron e hicieron descubrir su propia luz, la que se burla de la muerte. En esos instantes, cayeron relámpagos y le cortaron la cabeza, penetró brillo en los ojos y se le reventaron las pupilas.
Diez años escribiendo su propia historia con una aguja clavada entre las venas. La sangre traspasó las hojas y el viento sentenció respiros en medio de la danza cervical.